jueves, 12 de abril de 2018

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El GATO JACK

 Autor:

 Francisco Chaves Anguís




Un día cualquiera, como cualquier niño, brujo tiene que ir a la escuela de magia. Así que Peter se preparó para la clase de defensa de artes oscuras.
Salió de la habitación del castillo para antes dirigirse a ver al director por haber incumplido algunas normas por hinchar a su tía como un globo gigante. Prosiguió por las escaleras del castillo que no paraban de moverse de manera mágica cambiando de dirección. De pronto se encontró con una estatua en forma de grifo viviente, Peter se sentía desorientado, como perdido, y de momento apareció una maestra que le dijo:
- ¿Vas al despacho del director?
-Sí, ¿dónde es? -Le respondió Peter.
La profesora le habló a la estatua que, justo después de decírselo, se giró dando vueltas y dando paso a unas escaleras.
Peter subió las escaleras que aparecieron que llegaban a una habitación en la que al entrar los cuadros no paraban de hablar entre sí por lo bajini.
De momento, salió el director con una persona que Peter desconocía, era un hombre de apariencia algo extraña, pero, al darse cuenta de que Peter estaba en la sala, pararon de hablar entre sí y el director se dirigió hacia Peter y le dijo:
-Peter, has incumplido la norma más importante de todos los magos y de la escuela de magia: está totalmente prohibido hacer magia en el exterior de sitios supervisados por maestros de magia, como en este castillo y en el ministerio de magia. Hoy no tienes clase, dirígete a tu habitación y ya hablaremos mañana. Ven a las nueve, no antes. ¿Entendido, Peter?
Peter salió de la habitación sin decir ni una palabra, se dirigió hacia su habitación, cuando llegó le entró curiosidad y se dirigió al patio del castillo asegurándose de que nadie lo viera. En cuanto llegó, escaló el arco para llegar al techo y mirar por las cristaleras de los techos de las clases sin que nadie lo pudiera ver.
Al rato vio que algo lo observaba desde detrás del torreón, se acercó sigilosamente para que lo que lo observaba pensara que iba a cambiar de cristalera para ver otra clase a escondidas. Cuando pudo ver su rostro descubrió que no era ningún alumno ni tampoco un maestro, sino que era un gato en la copa de un árbol.
El gato tenía unas graves rajas internas y marcas de violencia. Peter le dio de la poca comida de la que disponía y se dirigió con sigilo y cuidado hacia las cristaleras de la biblioteca prohibida.
Entró por una trampilla secreta del castillo que solo conocían él y los que habían sido directores. Al entrar se puso a buscar un libro de hechizos, encantamientos y pociones. Cuando lo encontró salió por la trampilla rápidamente antes de que terminaran las clases para el desayuno y no lo pudieran ver.
Busco al gato y le lanzó un conjuro que consistía en hacer que el gato herido pudiera comunicarse con los seres humanos y que el receptor del conjuro lo entendiera. Después de habérselo lanzado, le preguntó Peter al gato:
- ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Jack - dijo con tristeza.
- ¿Quién te ha hecho esas marcas? - le preguntó Peter.
- Mi amo cuando se enfada es muy peligroso - le respondió Jack.
- ¿Quién es tu amo?, le preguntó Peter.
- Mi amo es el ministro de magia, pero tú, joven niño, te has ganado mi confianza y amistad, libérame de mi amo - respondió Jack.
- ¿Cómo? - le preguntó Peter.
- Haz que me regale una varita mágica, es el símbolo de mi libertad - respondió Jack.
Entonces Peter se dirigió corriendo por los pasillos de vuelta al despacho del director. Al llegar le faltaba el aliento y, como no podía hablar de tanto correr, se le adelantó el director diciéndole:
- Peter, ¿qué haces aquí?
- ¿Conoce al ministro de magia? - dijo Peter.
- ¿Quién habla de mí? -dijo el hombre que estaba con el director.
Peter se acercó hacia él y le dio el libro que había cogido de la biblioteca. El ministro lo recogió y llamó a Jack para que se lo llevara y él no tuviera que cargar nada de peso.
Cuando Jack lo cogió, Peter le dijo rápidamente:
- Ábrelo -le dijo a Jack sin que el ministro lo oyese.
Jack abrió el libro y encontró una varita, se dirigió al ministro y le dijo:
- Amo, me has liberado.
- ¿Cómo? -dijo el ministro dudando.
- Ministro, he sido yo el que le ha echo hablar y la varita estaba en el libro que tú le has dado -respondió Peter.
- Chico, me las pagarás - le amenazó el ministro.
- Gracias Peter. ¿Qué puedo hacer para compensarte? -le preguntó Jack.
- Solo prométeme que no volverás a tener más amos y que te irás del castillo para ponerte a salvo – le contestó Peter.
- Peter, has salvado a una vida de la esclavitud, ¿quieres algo en especial? -le preguntó el director.
- Que me libres de 46 de las normas que he incumplido y que me des una nueva varita – le pidió Peter.
- Peter, esos castigos no los hubieras tenido ya que han sido incumplidos por un motivo necesario y, como has sido la única persona que se ha arriesgado por los demás, toma esta varita. Es la varita del dragón, la última. Solo la tienen aquellos que se arriesgan por los indefensos, como los dragones en la edad antigua atacaban para salvar a los esclavos. Muchos morían, pero por un acto heroico. Es tuya, cuídala, eres el último de la unión de los dragones.
De Francisco Chaves Anguís