El GATO JACK
Autor:
Francisco Chaves Anguís
Un día cualquiera, como cualquier
niño, brujo tiene que ir a la escuela de magia. Así que Peter se
preparó para la clase de defensa de artes oscuras.
Salió de la habitación del castillo
para antes dirigirse a ver al director por haber incumplido algunas
normas por hinchar a su tía como un globo gigante. Prosiguió por
las escaleras del castillo que no paraban de moverse de manera mágica
cambiando de dirección. De pronto se encontró con una estatua en
forma de grifo viviente, Peter se sentía desorientado, como perdido,
y de momento apareció una maestra que le dijo:
- ¿Vas al despacho del director?
-Sí, ¿dónde es? -Le respondió
Peter.
La profesora le habló a la estatua
que, justo después de decírselo, se giró dando vueltas y dando
paso a unas escaleras.
Peter subió las escaleras que
aparecieron que llegaban a una habitación en la que al entrar los
cuadros no paraban de hablar entre sí por lo bajini.
De momento, salió el director con una
persona que Peter desconocía, era un hombre de apariencia algo
extraña, pero, al darse cuenta de que Peter estaba en la sala,
pararon de hablar entre sí y el director se dirigió hacia Peter y
le dijo:
-Peter, has incumplido la norma más
importante de todos los magos y de la escuela de magia: está
totalmente prohibido hacer magia en el exterior de sitios
supervisados por maestros de magia, como en este castillo y en el
ministerio de magia. Hoy no tienes clase, dirígete a tu habitación
y ya hablaremos mañana. Ven a las nueve, no antes. ¿Entendido,
Peter?
Peter salió de la habitación sin
decir ni una palabra, se dirigió hacia su habitación, cuando llegó
le entró curiosidad y se dirigió al patio del castillo asegurándose
de que nadie lo viera. En cuanto llegó, escaló el arco para llegar
al techo y mirar por las cristaleras de los techos de las clases sin
que nadie lo pudiera ver.
Al rato vio que algo lo observaba
desde detrás del torreón, se acercó sigilosamente para que lo que
lo observaba pensara que iba a cambiar de cristalera para ver otra
clase a escondidas. Cuando pudo ver su rostro descubrió que no era
ningún alumno ni tampoco un maestro, sino que era un gato en la copa
de un árbol.
El gato tenía unas graves rajas
internas y marcas de violencia. Peter le dio de la poca comida de la
que disponía y se dirigió con sigilo y cuidado hacia las
cristaleras de la biblioteca prohibida.
Entró por una trampilla secreta del
castillo que solo conocían él y los que habían sido directores. Al
entrar se puso a buscar un libro de hechizos, encantamientos y
pociones. Cuando lo encontró salió por la trampilla rápidamente
antes de que terminaran las clases para el desayuno y no lo pudieran
ver.
Busco al gato y le lanzó un conjuro
que consistía en hacer que el gato herido pudiera comunicarse con
los seres humanos y que el receptor del conjuro lo entendiera.
Después de habérselo lanzado, le preguntó Peter al gato:
- ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Jack - dijo con tristeza.
- ¿Quién te ha hecho esas marcas? -
le preguntó Peter.
- Mi amo cuando se enfada es muy
peligroso - le respondió Jack.
- ¿Quién es tu amo?, le preguntó
Peter.
- Mi amo es el ministro de magia, pero
tú, joven niño, te has ganado mi confianza y amistad, libérame de
mi amo - respondió Jack.
- ¿Cómo? - le preguntó Peter.
- Haz que me regale una varita mágica,
es el símbolo de mi libertad - respondió Jack.
Entonces Peter se dirigió corriendo
por los pasillos de vuelta al despacho del director. Al llegar le
faltaba el aliento y, como no podía hablar de tanto correr, se le
adelantó el director diciéndole:
- Peter, ¿qué haces aquí?
- ¿Conoce al ministro de magia? -
dijo Peter.
- ¿Quién habla de mí? -dijo el
hombre que estaba con el director.
Peter se acercó hacia él y le dio el
libro que había cogido de la biblioteca. El ministro lo recogió y
llamó a Jack para que se lo llevara y él no tuviera que cargar nada
de peso.
Cuando Jack lo cogió, Peter le dijo
rápidamente:
- Ábrelo -le dijo a Jack sin que el
ministro lo oyese.
Jack abrió el libro y encontró una
varita, se dirigió al ministro y le dijo:
- Amo, me has liberado.
- ¿Cómo? -dijo el ministro dudando.
- Ministro, he sido yo el que le ha
echo hablar y la varita estaba en el libro que tú le has dado
-respondió Peter.
- Chico, me las pagarás - le amenazó
el ministro.
- Gracias Peter. ¿Qué puedo hacer
para compensarte? -le preguntó Jack.
- Solo prométeme que no volverás a
tener más amos y que te irás del castillo para ponerte a salvo –
le contestó Peter.
- Peter, has salvado a una vida de la
esclavitud, ¿quieres algo en especial? -le preguntó el director.
- Que me libres de 46 de las normas
que he incumplido y que me des una nueva varita – le pidió Peter.
- Peter, esos castigos no los hubieras
tenido ya que han sido incumplidos por un motivo necesario y, como
has sido la única persona que se ha arriesgado por los demás, toma
esta varita. Es la varita del dragón, la última. Solo la tienen
aquellos que se arriesgan por los indefensos, como los dragones en la
edad antigua atacaban para salvar a los esclavos. Muchos morían,
pero por un acto heroico. Es tuya, cuídala, eres el último de la
unión de los dragones.
De Francisco Chaves Anguís